La humanidad parece estar programada (¿o quizá hipnotizada como diría Gurdjieff?) con un cinismo rosado sobre la realidad, si se nos permite, con un programa lo suficientemente inteligente como para parchear dinámicamente aquello que contrasta con el sistema de creencias internalizado: si vemos en la realidad algo que nos desagrada, casi de forma automática, reaccionamos ignorándolo o rechazándolo; sólo aquello que subjetivamente nos conviene es lo que terminamos aceptando.
Aquí discurre tal vez la principal dificultad, pues se aprende más fácil por contraste. Pero al rechazar del mosaico de la realidad aquellas piezas desagradables, nuestro conocimiento, es decir, la base de datos de la realidad, está incompleta: estamos condenando o marginando hechos (y acá Charles Fort nos podría recomendar su libro The Book of the Damned), y así el rompecabezas permanece incompleto y sin solución.
Es entonces cuando se busca la solución fácil: creer; pero creer o suponer algo cognoscible es sumamente peligroso. Debemos reconocer que creer o entablillar la realidad macabra con fe es una actitud basada en la comodidad y en la negación: es el rechazo de la realidad tal como es; de hecho, podríamos decir que es una actitud parasitaria pues se toma una actitud sumamente pasiva, donde está ausente la componente crítica, analítica y, sobre todo, la actividad consciente.
La realidad humana vista de manera objetiva es muy diferente a como la percibimos, y aun más, a como la conceptualizamos; dicho concepto es una composición de nuestro sistema de creencias particular, y por lo tanto subjetivo. Permítasenos una analogía: hoy en día los textos de educación inicial y avanzada aun siguen mostrando que el agua es incolora, inodora e insípida, siendo esta caracterización acientífica y completamente subjetiva, pues es evidente que nuestros órganos sensoriales biológicos están basados en agua, y por lo tanto no registran ninguna particularidad del soporte sobre el que están operando.
De la misma forma, al estar sumida nuestra percepción, y sobre todo, nuestra conceptualización de la realidad en la marisma humana de los sentidos, muchos signos de la realidad se nos escapan, y aun peor, nuestra mente nos juega en contra al tratar de encajar el cuadrado dentro del círculo para evitar el desacuerdo con el modelo consensuado; tememos opinar diferente porque nos desagrada la segregación: no queremos ser tildados de locos o alienados. Tal vez por ser egocéntricos por naturaleza: al estar acostrumbrados a movernos en estructuras jerárquicas, el hecho de estar basado nuestro motor cerebral en el draconiano Complejo-R, se nos esconde y se nos oculta el hecho de estar en una realidad entrópica; quizá, Stanley Milgram y su experimento sobre la obediencia a la autoridad pueda echarnos algo más de luz:
La segunda es la teoría de la cosificación, donde, según Milgram, la esencia de la obediencia consiste en el hecho de que una persona se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra persona y por lo tanto no se considera a sí mismo responsable de sus actos. Una vez que esta transformación de la percepción personal ha ocurrido en el individuo, todas las características esenciales de la obediencia ocurren. Este es el fundamento del respeto militar a la autoridad: los soldados seguirán, obedecerán y ejecutarán órdenes e instrucciones dictadas por los superiores, con el entendimiento de que la responsabilidad de sus actos recae en el mando de sus superiores jerárquicos.Esto nos debería hacer reflexionar si no existirán seres humanos cómplices (voluntarios o no) de las autoridades hiperdimensionales. En efecto, por naturaleza no percibimos el olor del agua.¿Y sólo esto se nos oculta? Al parecer no. Sin embargo, el hecho de lograr reconocer estar en una realidad desbalanceada, nos permite ampliar nuestro sistema de creencias, y tomar decisiones optimizadas... es este quizá el primer paso a dar.
Con el transcurso del tiempo asaltarán otras dudas en nuestra mente: ¿quién ha desbalanceado el tablero? Es evidente que el pesado pie que nos ha hundido en la discordia no es humano. Y luego de meditarlo un tiempo, llegará el momento de preguntarnos ¿por qué? El notable Juan García Atienza comprendió perfectamente la internalización del factor exógeno en su libro La Gran Manipulación Cósmica:
Entendámonos: todos estamos mentalizados para la aceptación de determinados poderes que se manifiestan bajo la forma de gobiernos del más diverso cariz o bien bajo el aspecto de fuerzas espirituales o religiosas distribuidoras de salvaciones y de condenas que afectan directamente a la presunta trascendencia, del mismo modo que los gobiernos y sus acciones afectan a la subsistencia, a la libertad de expresión y hasta al progreso material relativo.
Donde comienza a fallarnos esa mentalización es en el momento de plantearnos si ha acaso un determinado número de potencias supragubernamentales, macroeconómicas y hasta metaespirituaIes que, formando a su vez parte de una entidad colectiva única y planetaria, dominan la vida del género humano desde planos anímicos, biológicos, económicos, sociales, tecnológicos y políticos, moviendo los hilos de la conciencia colectiva de la humanidad y jugando con esa conciencia de tal modo que, desde la semántica a la supervivencia puramente material, todo cuanto afecta al hombre y a sus relaciones con los demás esté controlado estrictamente, atado hasta sus cabos más sutiles manejado sin que queden libres de esa voluntad superior nada más que pequeñas verrugas socioculturales, que malamente podrían resistir- al estricto control de la gran máquina detentadora del máximo poder.
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