Uniformitarismo y catastrofismo

Pensemos por un momento en los ritmos estacionales de la naturaleza; estos transcurren en ciclos a los que estamos acostumbrados, como la constante revolución de las manecillas de un viejo reloj de pared. No por nada los textos herméticos y rosacruces insisten con el Principio Pendular y de Generación.

Si un observador neófito se topara con algún reloj que midiese las precesiones cósmicas, demasiado pronto sacaría conclusiones apresuradas: ¿acaso habría algo más que los visiblemente mensurables movimientos de las horas y minutos? ¡Oh, sí! Ahora entendemos este nuevo indicador que parecía no moverse: comprendemos que nos proporciona información sobre la revolución lunar.

Pero con el lento devenir de las semanas, el intelecto se embota con la repetición hasta que un nuevo e imperceptible marcador parece moverse: el ritmo estacional con las variaciones de temperatura y régimen de lluvias nos ha demostrado que nuestro reloj cósmico era más complejo de lo que pensábamos; este nuevo indicador que se mueve con excesiva tranquilidad en relación a los anteriores, efectúa una delicada revolución que atestigua un año sidéreo.

¿Nuestro observador se considerará satisfecho? Es muy probable. A lo largo de su vida, y la vida de su descendencia, el reloj cósmico ha mostrado una exactitud asombrosa informando solsticios y equinoccios, augurando tiempos de luz y cosechas, y previniendo los rigores del clima y las fuertes tormentas.

No fue hasta que pasaran varias generaciones de observadores que un ojo entrenado descubrió el velado dial que había pasado por una pieza decorativa. Este indicador se encontraba como fondo del gran reloj y en verdad parecía tan sólo un elemento que decoraba el marco central que se fundía en un armonioso juego de luces y sombras acentuando los desplazamientos de los demás indicadores en una sucesión de hermosos dorados, armoniosos plateados, desviados bronces y agresivos tonos de hierro. Del libro The Origin of Comets (El origen de los Cometas) de los autores Bailey, Clube y Napier:
En particular, los babilonios combinaron su astronomía con la idea de que la historia se repite, y con la fuerte creencia que los eventos celestiales ejercían control sobre los asuntos mundanos. La razón por la que este planteo haya surgido en las antiguas culturas mesopotámicas continúa siendo un enigma para los historiadores condicionados, tal vez como nosotros, con que el transfondo celeste es sólo un telón pasivo en el que se registran los eventos celestes.
Giorgio de Santillana y Hertha von Dechend plantean en el Il mulino di Amlethus (Hamlet's Mill en la versión inglesa) los detalles de esta intrincada máquinaria cósmica, la que descifran a partir de la mitología comparada de las culturas mesopotámicas, islandesa, precolombina e india. El Molino de Hamlet podría corresponderse con el oscuro significado del mítico Sampo del Kalevala finlandés; hemos hablado anteriormente sobre el Sampo y su semejanza con la Cornucopia o cuenco de la abundancia y que se relacionaría con las leyendas del Grial.

¿Nos hemos puesto míticos? Tal vez, pero no en el sentido usual de la palabra. Imaginemos que las constantes gravitatorias que rigen el plano físico no fueran tales, sino que pudiese fluctuar de vez en cuando en determinado sector de la galaxia.  ¡Horror!, gritarían al unísono los científicos ortodoxos. Nada de eso, aunque si bien es cierto que la realidad mutaría a una completamente diferente y, por cierto, nuestro soporte biológico también se alteraría de continuar vivos; leemos en el libro Universos Paralelos del físico teórico Michio Kaku (cap. Portales dimensionales y viajes en el tiempo):
Pero quizá la más extraña de estas anomalías [sobre agujeros negros, blancos y de gusano] es la posibilidad de universos paralelos y pasadizos que los conecten. Si recordamos la metáfora shakesperiana de que el mundo entero es un escenario, la relatividad general admite la posibilidad de trampillas, pero en lugar de llevarnos al sótano, nos encontramos con que las trampillas nos llevan a escenarios paralelos, como el original. Imaginemos que el escenario de la vida consiste en muchos pisos de escenarios, uno encima del otro. En cada uno de ellos, los actores recitan sus versos y se pasean por el decorado, pensando que su escenario es el único, ajenos a la posibilidad de realidades alternativas. Sin embargo, si un día caen accidentalmente en una trampilla, se encuentran lanzados a un escenario totalmente nuevo, con nuevas leyes, nuevas normas y un nuevo guión.
Las condiciones reinantes podrían dejar de ser del todo entrópicas, y ciertas leyes físicas, como aquellas de la termodinámica, deberían revisarse para adaptarlas al nuevo ambiente. Nuevas tecnologías surgirían o se readaptarían para aprovechar los recursos existentes: dispositivos o artefactos que hoy nos sonarían míticos. En el Material Seth, la serie de canalizaciones de Jane Roberts y Robert Butts, el capítulo IV del libro segundo, aporta una interesante hebra:
Ustedes creen que la historia física comenzó con el hombre de las cavernas y ha continuado hasta el presente, pero también han existido otras grandes civilizaciones científicas; de algunas de ellas se habla en las leyendas y otras les son completamente desconocidas; pero todas, hablando en vuestros términos, ya se han desvanecido.
Quizás les parece que como especie sólo tienen una oportunidad para resolver sus problemas, y que en caso contrario serán destruidos por su propia agresividad, por falta de comprensión y de espiritualidad. Igual que se les brindan varias vidas para que se desarrollarren y completen vuestras capacidades, de la misma manera las especies han sido dotadas con algo más que una única línea de desarrollo espiritual como la que conocen en la actualidad. La estructura de la reencarnación sólo es una faceta más de la totalidad del cuadro de posibilidades. En ella tienen literalmente todo el tiempo necesario para desarrollar aquellos potenciales que necesitan desarrollar antes de dejar el ciclo de reencarnaciones. Hay grupos de personas que, a lo largo de las reencarnaciones, se han encontrado con crisis tras crisis, han llegado a vuestro mismo punto de desarrollo físico, y entonces o bien han llegado más allá, o bien han destruido su propia civilización.
Si como se sugiere en pasajes del vilipendiado libro Forbidden Archeology de Cremo y Thompson que luego tomara Laura Knight para enriquecer su Historia Secreta del Mundo, el eco de esta tecnología pasara de una era a otra, el sentido se vería distorsionado dado que las condiciones del ambiente habrían sido fuertemente alteradas en sus constantes más básicas.

¿Adónde queremos llegar? Los años o revoluciones platónicas, entendidos como los ritmos estacionales cósmicos, desde la Edad Dorada a la actual Edad de Hierro son parte, en términos del principio hermético generacional, de una oscilación pendular entre las fuerzas creativas hasta su opuesto en las fuerzas entrópicas. Dichas oscilaciones implican cambios, denominémosle estructurales, en el tejido de la realidad física.

Las Cuatro Edades
en la Cruz de Hendaye
Sin embargo, ¿estas oscilaciones serán uniformes o implicarán cambios dramáticos al adoptar las nuevas constantes estructurales? ¿Y si tales eventos catastróficos fuesen parte necesaria, no lo veríamos acaso como un Fin del Tiempo o Tiempo del Fin? Quizá Fulcanelli en su celebrado libro El Misterio de las Catedrales nos oriente:
La Edad de Hierro no tiene más sello que el de la Muerte. Su jeroglífico es el esqueleto provisto de los atributos de Saturno: el reloj de arena vacío, imagen del tiempo cumplido, y la guadaña, reproducida en la cifra siete, que es el número de la transformación, de la destrucción, del aniquilamiento.