Anillos de Poder y Ovnis, una curiosa asociación

El profesor Tolkien escribió el Señor de los Anillos como continuación de su cuento infantil mitopoieco El Hobbit. El hilo de Ariadna que une ambas historias es un anillo, el soberano de los Anillos de Poder; en el libro El Silmarillion y en sus Cuentos Inconclusos nos ha brindado pistas adicionales sobre la confección de estos anillos:
Ahora bien, los Elfos hicieron muchos anillos, pero Sauron hizo en secreto un Anillo Único, para gobernar a todos los otros, cuyos poderes estarían atados a él, sujetos por completo a él, y durarían mientras él durase. Y gran parte de la fuerza y la voluntad de Sauron pasó a ese Anillo Único; porque el poder de los anillos élficos era muy grande, y el del que habría de gobernarlos tendría por fuerza que ser aún más poderoso; y Sauron lo forjó en la Montaña de Fuego en la Tierra de la Sombra. Y mientras llevaba el Anillo Único, era capaz de ver todo lo que se hacía por medio de los anillos menores, y podía leer y gobernar los pensamientos mismos de quienes los llevaban.
Bien, ¿pero qué tiene en común este Anillo Único y los Ovnis? Algún jocoso despistado arriesgará que ambas cosas no existen... ¡son fantasía! La famosa frase de Homero reza: los vampiros son seres inventados, como los duendes, los gremlins y los esquimales. 

Al ponernos a meditar hay una serie de asociaciones interesantes: en principio los Ovnis son artefactos que evidentemente no han sido construidos por humanos, al igual que los Anillos de Poder; en ambos casos, estos artefactos son confeccionados por consciencias más elevadas que las mentes humanas; para la mitología de la Tierra Media, los anillos son el producto final entre el conocimiento de Annatar (el disfraz que usó Sauron) y los artesanos elfos Noldor, conocidos como los Mírdain (una buena aproximación serían nuestro concepto de ingenieros).

Tanto los Ovnis como los Anillos de Poder comparten otra característica en común: permiten violar las leyes que entendemos como naturales en el plano físico: la mayoría de los avistamientos relatan acrobacias particulares de los Ovnis, donde no se guarda una trayectoria lineal o parabólica, ni parecen respetar dimensiones físicas a las que estamos habituados (o confinados). El Anillo Soberano al caer en manos de los hobbits, también brinda poderes sobrenaturales donde la prolongación de la vida biológica es el más llamativo, aunque con claros efectos detrimentales para el caso de Gollum.

La tecnología demiúrgica que
nos encadena al plano físico
En palabras del investigador de Montalk podríamos caratular ambos artefactos como tecnología demiúrgica; y aquí sería importante recordar aquella famosa frase que nos enseñaba sobre la magia Arthur Clarke.

Pero hay algo que al ojo entrenado quizá no se le habrá escapado... en efecto, y salvando las diferencias de tamaño (porque de acuerdo al astrofísico Jacques Vallée, el objetivo es el mismo: control y dominación), parecería que tanto los Anillos como los Ovnis permiten la transmogrificación entre Densidades de la Materia. La visión de Sam Gamyi cuando utiliza por primera vez el Anillo Soberano nos sugiere:
El mundo se transformó, y un solo instante de tiempo se colmó de una hora de pensamiento. Advirtió en seguida que oía mejor y que la vista se le debilitaba [...] Aquí todo cuanto veía alrededor no era oscuro sino impreciso; y él, en un mundo gris y nebuloso, se sentía como una pequeña roca negra y solitaria, y el Anillo, que le pesaba y le tironeaba en la mano izquierda, era como un globo de oro incandescente.  No se sentía para nada invisible, sino por el contrario, horrible y nítidamente visible [...]
Es evidente que lo que se intenta transmitirnos es cómo se observa la realidad física estando inmersos, mediante el uso de un Anillo de Poder, en una realidad etérica —de granularidad más sutil— lo que garantiza la conocida invisibilidad física pero, por el contrario, uno se vuelve más nítido a los habitantes de dicha densidad.

Quizá, esto pudiese explicar el desvanecimiento tan típico en los casos de avistamientos; es decir, los Ovnis simplemente incrementan la aceleración de sus partículas, generando un cambio de frecuencia, pasando del estado de tercera densidad (físico) a la cuarta densidad (etérico); para enfatizar este marginal punto de vista, en el libro The Wave III de Laura Knight-Jadczyk se nos informa (cap. XXII):
Cuando un ser o nave o un instrumento de cualquier tipo fabricado o concebido en cuarta densidad aparece en tercera densidad, es capaz de navegar a través de la tercera densidad en la realidad de la cuarta densidad. Pero, cuando tiene un desperfecto, lo que quede de éste permanecerá en tercera densidad. [...] Si llegase a funcionar mal en tercera densidad, entonces se quedará congelado en tercera densidad.
El término utilizado frozen en el original en inglés que hemos traducimos en congelado es más que apropiado, pues nos transmite la idea de que la percepción de estos artefactos es posible sólo cuando desciende su frecuencia a tercera densidad, una excelente analogía a cómo se comportaría la materia líquida (segunda densidad) cuando se congela (primera densidad).

Tenemos entonces una notable explicación que nos puede ayudar a comprender cuándo algún elemento se cuela de una realidad a otra; gran parte de los casos publicados por el ingeniero francés Vallée en Pasaporte a Magonia parecieran poder comprenderse utilizando este modelo expandido: nuestra realidad física se encontraría encastrada en otra superior o hiperdimensional; la principal característica de esta densidad es su nivel de sutileza, y las entidades que la habitan parecen poseer la propiedad de materializarse con la forma que desean, al menos por poco tiempo, en nuestra realidad física.

El olor del agua

No nos cabe duda que muchos de los puntos de vista que se denuncian en los artículos de esta colección, presentan un cariz oscuro y ciertamente demoledor para aquellos con un acolchonado sistema de creencias; y en esto debemos ser claros: no estamos buscando alterar sistemas de creencias, simplemente informar sobre una realidad -la realidad humana- desde un punto de vista que nos esforzamos en que sea lo más objetivo y comunicable posible.

La humanidad parece estar programada (¿o quizá hipnotizada como diría Gurdjieff?) con un cinismo rosado sobre la realidad, si se nos permite, con un programa lo suficientemente inteligente como para parchear dinámicamente aquello que contrasta con el sistema de creencias internalizado: si vemos en la realidad algo que nos desagrada, casi de forma automática, reaccionamos ignorándolo o rechazándolo; sólo aquello que subjetivamente nos conviene es lo que terminamos aceptando.

Aquí discurre tal vez la principal dificultad, pues se aprende más fácil por contraste. Pero al rechazar del mosaico de la realidad aquellas piezas desagradables, nuestro conocimiento, es decir, la base de datos de la realidad, está incompleta: estamos condenando o marginando hechos (y acá Charles Fort nos podría recomendar su libro The Book of the Damned), y así el rompecabezas permanece incompleto y sin solución.

Es entonces cuando se busca la solución fácil: creer; pero creer o suponer algo cognoscible es sumamente peligroso. Debemos reconocer que creer o entablillar la realidad macabra con fe es una actitud basada en la comodidad y en la negación: es el rechazo de la realidad tal como es; de hecho, podríamos decir que es una actitud parasitaria pues se toma una actitud sumamente pasiva, donde está ausente la componente crítica, analítica y, sobre todo, la actividad consciente.

La realidad humana vista de manera objetiva es muy diferente a como la percibimos, y aun más, a como la conceptualizamos; dicho concepto es una composición de nuestro sistema de creencias particular, y por lo tanto subjetivo. Permítasenos una analogía: hoy en día los textos de educación inicial y avanzada aun siguen mostrando que el agua es incolora, inodora e insípida, siendo esta caracterización acientífica y completamente subjetiva, pues es evidente que nuestros órganos sensoriales biológicos están basados en agua, y por lo tanto no registran ninguna particularidad del soporte sobre el que están operando.

De la misma forma, al estar sumida nuestra percepción, y sobre todo, nuestra conceptualización de la realidad en la marisma humana de los sentidos, muchos signos de la realidad se nos escapan, y aun peor, nuestra mente nos juega en contra al tratar de encajar el cuadrado dentro del círculo para evitar el desacuerdo con el modelo consensuado; tememos opinar diferente porque nos desagrada la segregación: no queremos ser tildados de locos o alienados. Tal vez por ser egocéntricos por naturaleza: al estar acostrumbrados a movernos en estructuras jerárquicas, el hecho de estar basado nuestro motor cerebral en el draconiano Complejo-R, se nos esconde y se nos oculta el hecho de estar en una realidad entrópica; quizá, Stanley Milgram y su experimento sobre la obediencia a la autoridad pueda echarnos algo más de luz:
La segunda es la teoría de la cosificación, donde, según Milgram, la esencia de la obediencia consiste en el hecho de que una persona se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra persona y por lo tanto no se considera a sí mismo responsable de sus actos. Una vez que esta transformación de la percepción personal ha ocurrido en el individuo, todas las características esenciales de la obediencia ocurren. Este es el fundamento del respeto militar a la autoridad: los soldados seguirán, obedecerán y ejecutarán órdenes e instrucciones dictadas por los superiores, con el entendimiento de que la responsabilidad de sus actos recae en el mando de sus superiores jerárquicos.
Esto nos debería hacer reflexionar si no existirán seres humanos cómplices (voluntarios o no) de las autoridades hiperdimensionales. En efecto, por naturaleza no percibimos el olor del agua.¿Y sólo esto se nos oculta? Al parecer no. Sin embargo, el hecho de lograr reconocer estar en una realidad desbalanceada, nos permite ampliar nuestro sistema de creencias, y tomar decisiones optimizadas... es este quizá el primer paso a dar.

Con el transcurso del tiempo asaltarán otras dudas en nuestra mente: ¿quién ha desbalanceado el tablero? Es evidente que el pesado pie que nos ha hundido en la discordia no es humano. Y luego de meditarlo un tiempo, llegará el momento de preguntarnos ¿por qué? El notable Juan García Atienza comprendió perfectamente la internalización del factor exógeno en su libro La Gran Manipulación Cósmica:
Entendámonos: todos estamos mentalizados para la aceptación de determinados poderes que se manifiestan bajo la forma de gobiernos del más diverso cariz o bien bajo el aspecto de fuerzas espirituales o religiosas distribuidoras de salvaciones y de condenas que afectan directamente a la presunta trascendencia, del mismo modo que los gobiernos y sus acciones afectan a la subsistencia, a la libertad de expresión y hasta al progreso material relativo.
Donde comienza a fallarnos esa mentalización es en el momento de plantearnos si ha acaso un determinado número de potencias supragubernamentales, macroeconómicas y hasta metaespirituaIes que, formando a su vez parte de una entidad colectiva única y planetaria, dominan la vida del género humano desde planos anímicos, biológicos, económicos, sociales, tecnológicos y políticos, moviendo los hilos de la conciencia colectiva de la humanidad y jugando con esa conciencia de tal modo que, desde la semántica a la supervivencia puramente material, todo cuanto afecta al hombre y a sus relaciones con los demás esté controlado estrictamente, atado hasta sus cabos más sutiles manejado sin que queden libres de esa voluntad superior nada más que pequeñas verrugas socioculturales, que malamente podrían resistir- al estricto control de la gran máquina detentadora del máximo poder.

Las metáforas de Haroldo

El famoso cineasta o, permítasenos el término más arcaico, hacedor de cuentos Harold Ramis nos ha provisto de una seria acertada de películas con ribetes esotéricos, pero de llegada amena.

Sin detenernos demasiado en la película Ghostbusters (en la que cualquiera con fértil imaginación podría hallar sincronismos y metáforas escatológicas con algunos de los temas que en esta colección se tratan, entre otros: el enfrentamiento apocalíptico contra un dios sumerio cambiador de formas, densos problemas de demonología e infestación, y por si fuera poco la posesión y el intento de exorcismo a Dana Barrett), acudiremos a otras dos películas que retratan bajo la superficie de la comedia algún que otro tema interesante.

Preferimos el título El Día de la Marmota al antisonante Hechizo del Tiempo (en el original: Groundhog Day), tal vez porque algún ojo inquisitivo encuentre feliz la alegoría del marmota con el arquetipo del Loco. En efecto, la película parece esconder algún significado profundo tras aquel final feliz de Phil Connors y Rita juntos.

Para aquellos que no hayan podido disfrutar aun de la película, la historia relata un bucle en el tiempo, en el que Phil, el protagonista -un pronosticador del tiempo-, se encuentra encerrado reviviendo cada día desde su llegada al pueblo. Este don o regalo de revivir el mismo día parece despertar en el protagonista la ilusión de ser libre y que al no haber consecuencia de sus actos, puede obrar con el mayor egoísmo.

Es curioso como ciertos dones sólo descubren o exponen (un divertido juego de palabras entre exponenciar y colocar fuera) lo que llevamos dentro; como cuando Gollum observa el Anillo por primera vez. Y también como Gollum, el regalo no tarda en transformarse en una maldición... Phil comprende por fin el transfondo real de su ilusoria libertad: su cárcel sin paredes y persigue todos los medios de huir de ella sin éxito.

La respuesta llega por fin a través de su ser polar, Rita, quien al sopesar su situación le propone un cambio de actitud, con lo que el protagonista comienza la ardua tarea de reorientarse, es decir, dejar de sentirse la víctima, comenzar a reconocer sus actitudes egoístas y a brindarse hacía los demás; en definitiva, para el ojo entrenado aquí ocurre una transformación a través del sufrimiento consciente: desde el servicio egocéntrico hacia el servicio al prójimo. Quizá un guiño al prestigioso autor ruso Mouravieff, autor de los libros de Gnosis, quien manifestó que la humanidad se encuentra en un ciclo infinito, hasta que abandone su egoísmo y logre descubrir aquellas influencias que lo liberen de la ilusión.

Es posible que Al diablo con el diablo (del original Bedazzled) permita el descubrimiento de estas influencias. La historia pone al protagonista ante una situación faustiana motivado por una negativa amorosa, que lo lleva a pactar con una representante de las Autoridades del Mundo.

Cada deseo del protagonista termina alejándolo de su anhelado amor, hasta que comienza a darse cuenta que el pacto ha sido un error; sin embargo la situación empeora, pues el factor exógeno mueve las piezas de la realidad humana con el objetivo de aislar y someter su alma.

En el interín y creyendo todo perdido, curiosamente dentro de una cárcel, el protagonista encontrará un personaje que le informará de sus verdaderas opciones, y lo llevará a reorientarse a través de influencias no egocéntricas:
- ¿Por cuánto tiempo estarás encerrado, hermano?
- Por la eternidad.
- Eso es mucho tiempo. Debes haber hecho algo realmente malo.
- Sí. Vendí mi alma.
- Espero que obtuvieras algo bueno, entonces.
- No, no obtuve nada.
- Entonces hiciste un muy mal negocio, si me preguntas.
- Bueno, entonces no te pregunto.
- En realidad no importa. No se puede vender el alma de todos modos.
- ¿En serio? ¿Por qué dices eso?
- No te pertenece en primer lugar. De ninguna forma.
- Entonces, ¿a quién le pertenece?
- Le pertenece a Dios: ese espíritu universal que lo anima todo y une todas las cosas en la existencia. El diablo va a tratar de confundirte: ese es su trabajo. Pero al final, verás claro quién y qué eres ... y lo que has venido a hacer. Seguramente cometerás algunos errores a lo largo del camino, todo el mundo lo hace... pero si abres tu corazón y tu mente... lo conseguirás.
- ¿Quién eres?
- Sólo un amigo, hermano. Sólo un muy buen amigo.
Nuevamente aquí ocurren los pasos necesarios:
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Interpretando diálogos subterráneos

Dentro de un acalorado y populoso vagón de un subterráneo metropolitano, miembros de una familia buscan el cobijo de asientos cercanos; la transpiración, la humedad y los olores del oscuro túnel se entremezclan con el ruido de los frenos. Se ha detenido el motor, quizá el suministro eléctrico haya colapsado otra vez; algunas luces de emergencia asoman tímidas en la inhóspita negrura. Un diálogo despreocupado comienza entre los familiares.

Recuerdos y anécdotas del pasado se enhebran con sonrisas y miradas perdidas. En un momento la charla comienza a asemejarse al túnel... oscuro y silencioso, quizá las reminiscencias esotéricas de la ausencia de luz disparen aquellos conceptos filosóficos que yacen en el subconsciente, bajo la hojarasca entumecida de numerosos otoños vanos y estridentes.

Un tema extraño aflora; una de las jóvenes voces, remando la treintena, propone: "el hombre es un parásito, no produce nada y lo consume todo; observen, la gallina nos brindan plumas para almohadas, huevos y carne; la vaca otro tanto: su cuero, la leche y un sabroso asado... ¿pero el ser humano qué otra cosa que predar hace? Nada; sólo se reproduce y continúa consumiendo y agotando las reservas naturales." (1)

Las voces se entrechocan entre refutaciones y pareceres; algunos comentarios jocosos se desvían de la charla solemne... por momentos el tema se refugia en respuestas bufonas, hasta que una voz anciana que había permanecido callada opina: "mi abuelo comentaba que en la naturaleza no hay nada que no se aproveche; las antiguas enseñanzas de los chamanes del pueblo de mi abuelo enseñaban que el hombre produce naturalmente dos substancias que son aprovechadas por los dioses tenebrosos, pero que el hombre no debe saberlo, pues de ser así ya no lo ofrecería en la cantidad o calidad que en su ignorancia produce."

La tenue iluminación parpadeante y el silencio reinante en el vagón pareció crear el ambiente de un fogón en los cuales la sabiduría de los ancianos manaba hacia los jóvenes. Uno de ellos se aventura a preguntar: "¿cuáles son aquellas substancias?".

Por afuera del vagón se escuchan las voces de los guardas, al parecer el corte eléctrico no era general y sólo afectaba a algunas estaciones del ramal.

Unos ojos marcados por el cincel del tiempo se cierran, tal vez buscando las palabras correctas; no todos los presentes quizá estén preparados y el tema había surgido con excesiva espontaneidad. Los chamanes eligen con cuidado a los receptores de este conocimiento, y por otro lado puede ser perjudicial que los que no están listos conozcan de manera pasiva algunas verdades; es necesario que uno se esfuerce en conocer: sólo así el conocimiento se transforma en entendimiento y con el tiempo, en algo que uno puede conscientemente aplicar en su vida.

Las Alas del Cóndor, ilustración
presente en el libro Los Guachos
La voz anciana habló con lentitud: "mi abuelo sólo llegó a comentarme que una de esas substancias eran las emociones, aquellas que afloran y que uno no logra elegir o encaminar; él hablaba que las emociones se parecen a los caballos: hay algunos mansos y educados, otros salvajes y bravos. Las emociones desbocadas y desenfrenadas, aquellas que afloran de la ira y la violencia o del dolor y del terror son las más preciadas por los dioses tenebrosos." Una extraña y velada sonrisa se dibujó en su rostro: "la otra substancia la tuve que deducir pues él ya no estaba para enseñarme, sin embargo y luego de meditarla algún tiempo con mi esposa, lo entendimos."

Unos pasos apresurados por el túnel y la súbita vuelta de la luz en el vagón disipó la conversación; se escuchó el temblor del motocompresor volviendo a llenar los tanques de aire... pasarían algunos segundos hasta que la marca de presión de los frenos fuese lo suficientemente segura como para reiniciar la marcha.

La primer voz, aquella que había iniciado el diálogo, inquirió: "¿y cuál es entonces esa segunda substancia?" La luz volvió a desvanecerse y esta vez los acumuladores no tuvieron oportunidad de absorber el consumo del motocompresor; el vagón permaneció en oscuridad... de la cabina se escucharon algunos provocativos juramentos.

"Quizá sea mejor que piensen un poco en la primer substancia, la segunda tal vez se deduzca de la primera," dijo con calma. Desde la oscuridad reinante aun se podían adivinar dos puntos de luz que parpadeaban con lentitud.

Se escuchó un fuerte golpe desde el interior del vagón, que volvió a vibrar: la luz había vencido a las tinieblas esta vez. Rápidamente la formación se puso en marcha.

Aquellos asombrados pasajeros cuyos oídos se habían plegado con curiosidad al improvisado diálogo, al llegar a sus respectivas estaciones, se los veía descender del vagón con cierto aire de recogimiento; meditabundos ahora de un saber ancestral que por serendipidad había rozado sus existencias mundanas. (2)

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El sistema de control en la cultura popular (III)

Otras tres películas del género que describen con eficacia el Sistema de Control en la realidad humana son:
La primer película bien puede describir la realidad de un Wanderer (en términos bíblicos un profeta o un hombre justo), alguien que evita los desenfrenos mundanos, denuncia las injusticias de su tiempo y/o dedica su vida al servicio al prójimo. John Hobbes se enfrenta claramente a un demonio, es decir, una de las fuerzas de cuarta densidad de servicio egocéntrico, que manipula a los seres humanos ingresando en sus mentes, sembrando desdicha y cosechando dolor (en términos modernos: loosh).


En general los Wanderers, una vez despertados de la ilusión (también conocidos como Guachos Esclarecidos), no suelen ser presa fácil del Sistema de Control pero también suelen ser blanco de ataques deliberados por parte de este. La película describe con peculiar claridad la forma en que Hobbes es atacado de manera directa: en su trabajo, en su etorno familiar y finalmente a nivel físico. Es realmente acertada la escena en que los portales orgánicos, es decir la gente común, es poseída en cadena a través de simples toques físicos... un típico caso que se describe como gangstalking. El cántico Time is on my side! que entonan los poseídos quizá nos de una pista de que el tiempo no es una limitante para consciencias superiores.

Tanto The Box como The Forgotten podríamos arriesgar que comparten la conspiranoica premisa de que la humanidad es sencillamente un experimento de consciencias superiores cuyo objetivo no es el bienestar humano, sino otro fin que puede estar relacionado con la generación, estudio y propagación de emociones negativas.

The Box retrata la historia de una familia que es sumergida en caos financiero, apareciendo un elemento exógeno como salvador de la situación: una extraña caja que al presionar un botón ofrecerá una cuantiosa suma de dinero a cambio de la vida de una persona desconocida.


Es interesante como el factor exógeno interpenetra la realidad humana: provocando el despido laboral de los integrantes del matrimonio, una confabulación de "aprietes" financieros y una situación cotidiana estresante que lleva a los protagonistas a replantearse la situación desesperada de la Caja. Quizá para subrayar aquel mito extraño sobre los implantes, cada vez que el Sistema de Control manipula a un humano, su nariz sangra.

The Forgotten en cambio llega hasta las raíces mismas del problema, mostrando como el factor exógeno puede no sólo manipular el presente humano, sino también su pasado, siendo capaz de erradicar cualquier recuerdo, memoria o suceso, en este caso la desaparición de un hijo.


Cualquiera que haya pasado por una situación hostil, donde los recuerdos se contradicen con los resultados actuales, o aquellos que reiteradas veces se vean ante una situación que continuamente se sumerge en un desasosiego intimidante podrán comprender la situación de la protagonista.

Para la historia misma de la película, que pareciera centrarse en un estudio que realizan los extraterrestres grays sobre los cordones etéricos, en particular aquel que une a una madre con su hijo (o a un padre con su hija), el curioso desenlace final, con una protagonista que ahora es dueña de la verdad de sus recuerdos y testigo del corrimiento del velo, no parece acomodarse a una realidad objetiva.